
Luis Magallanes de 28 años, vivió hasta hace pocos meses en el sur de Venezuela. En una provincia llamada Zaraza, del estado de Guárico, en la región de Los Llanos.
Tengo una buena voz. Soy tenor. Algún día tal vez sea uno de los grandes tenores del mundo. O al menos eso piensa el maestro Plácido Domingo.
Mi voz me salvó. Bueno, para ser exactos: mi voz, mi terquedad y un puñado de personas buenas -ángeles terrenales- que lograron traerme a España. Esta es mi historia.
De origen, soy un músico popular. Empírico. A los ocho años cantaba la misa del gallo, la del aguinaldo y canciones folclóricas. Como tantos venezolanos.
Hace tres años empecé a escribir a venezolanos influyentes, gente que se había marchado del país. Casi nadie me respondió. Los que lo hicieron me decían: suerte, no te desanimes, sigue adelante… Hasta que escribí a Gabriela.
En Venezuela todo el mundo conoce a Gabriela Montero. Es una concertista famosa. Y también polémica. Muchos la admiran. Otros la odian por sus críticas a la condescendencia de El Sistema y sobre todo de su principal estrella, Gustavo Dudamel, con el chavismo. Yo tenía trabajo gracias a El Sistema, pero una tarde decidí pedirle ayuda. Había llegado a casa hundido. Me sentía tan mal. Tengo un libro de arias de Mozart. Me quedé mirando el retrato de la portada y me puse a llorar. Y a escribir. Le conté a Gabriela mi vida. Le dije quiero hacer música. Quiero cantar. Tengo tanto por hacer. Quiero triunfar. Y Gabriela me contestó.
Me hizo preguntas sobre mi familia y mis objetivos y me pidió que le mandara material, un audio y un vídeo. Me fui volando, bueno, volando… como pude, a Caracas porque en Zaraza no tenía un pianista que pudiera hacerme el acompañamiento. Y así conseguí hacer un vídeo, torpe y casero, y mandárselo. Yo no lo sabía entonces pero el marido de Gabriela es un excelente barítono irlandés, Sam McElroy.
Gabriela le pidió a Sam que me escuchara y Sam se quedó impactado y me escribió. Nunca olvidaré su mensaje. Yo no tenía un teléfono con correo ni internet en casa. Lo recibí una noche en un cibercafé. Sam me hablaba de mis cualidades técnicas. De mis enormes posibilidades como tenor. Me contaba que otros cantantes a los que había enseñado el vídeo opinaban lo mismo. Entre ellos estaba Plácido Domingo. Yo soy un ahogado al que de pronto una mano desconocida rescató del fondo del agua.
Decidimos montar una campaña de crowdfunding para viajar a España. El plan inicial era ir a Valencia, donde está el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo. Me pedían otro vídeo, un poco más profesional, y dos retratos, de cara y cuerpo entero. Por supuesto yo no tenía dinero para un buen vídeo ni para una sesión de fotos. Ni siquiera para imprimir las partituras. Pero tenía familia y amigos. Cuando pienso en ellos me emociono. Mi primo, con su camarita; mis hermanos, sosteniendo un pedazo de tela a modo de trasera; y yo con los zapatos que me regaló un amigo argentino porque los míos, los buenos, los de concierto, estaban destrozados.
A todos ellos muchas veces he temido defraudar. Lo temí con motivo y todas mis fuerzas cuando Gabriela me envió un mensaje diciendo que el crowdfunding no iba bien.
Uno de los patrocinadores se había dado de baja. No teníamos dinero para el billete de avión. Leí esas cuatro líneas una vez, dos veces, tres. Era de noche y me senté en un murito a llorar. Me dije a mí mismo: cómo regreso ahora a casa, cómo le explico a toda la gente que me ha ayudado que ya no voy a España, que he fracasado. A mi madre, al que me dio un poco de arroz, al que me regaló los zapatos.
Pero Gabriela y Sam insistieron. Había que seguir adelante con la campaña y en todo caso estaban dispuestos a pagar ellos mismos el billete de avión.
Tenían una estrategia, que entonces yo no conocía. Que yo viniera primero a España, a su casa. Que me tomase un tiempo para la pura recuperación física: comer, dormir. Y que el 1 de septiembre empezara el curso en el Royal Irish Academy of Music de Dublín, uno de los conservatorios más
antiguos y prestigiosos del mundo. Así lo haré. ¿Que cómo voy a pagarlo? Tarra Erraught, gran mezzosoprano, me ha ayudado a conseguir una beca de estudios de dos años.
En cuanto a la manutención, ya veremos. Gabriela y Sam me han montado otra campaña de crowdfunding, y Gabriela y Sam obran milagros.
El 3 de mayo pasado cogí el avión y dejé Venezuela.
Fuente: El Mundo/historias