
A Jean Clauteaux le gustan la historia, la naturaleza, los personajes y las anécdotas. En todo encuentra un motivo de embeleso que merece ser divulgado. En su sala de reuniones reposa una piedra lunar que le regaló un astronauta. Una colección de frasquitos de aguas de distintas latitudes. Las antiguas tijeras de un barbero haitiano que de la esclavitud saltó a una prosperidad que se tradujo en buenas obras –hasta convertirse en venerable– y unos zapatos de Steve Jobs que el magnate perdió en una apuesta.
Uno pensaría que esa curiosidad tiene que ver con un padre francés y una madre venezolana –apureña, por las dudas– que decidieron criarlo a él y a sus dos hermanos en la Gran Sabana. La señora, teóloga. El don, amante de la filosofía y la antropología que se convirtió en buscador de diamantes y que canjeaba sus hallazgos en viajes familiares por el mundo.
Tal vez de allí la fascinación del hijo mayor al absorber desde temprano que todo puede ser interesante y que cuando se escudriña lo suficiente, lo más pequeño también brilla.
Jean terminó en París al cumplir 18, allá estudió Letras Superiores y por cuatro años fue periodista de un semanario que su familia ideó para ser vendido por indigentes franceses como fuente de sustento. Luego pasó a vender productos L’Oreal y retornó a Venezuela para representar a esa marca en el oriente del país, hasta que sus superiores decidieron trasplantarlo a Europa del Este como directivo de mercadeo y analista de escenarios complejos.
La curiosidad y la estrategia ante entornos disímiles se juntaron durante 21 años para potenciarse, hasta que se convirtieron en una urgencia persistente por regresar. Clauteaux cerró el cajón de los cosméticos y aterrizó de vuelta con la fijación de que este era el terreno ideal para sembrar algo propio donde también florecieran semillas ajenas.
Uriji, el nombre con el que bautizó su aplicación para dispositivos móviles, no es un vocablo japonés, sino un término yanomami que alude a la selva como un espacio de tránsito en coexistencia e interacción. Fue ideada por Clauteaux tres años atrás, pero entró en pleno funcionamiento hace pocos meses. Cuenta con cerca de 9.000 usuarios que han generado 10.000 piezas de contenido.
“Es una red social que agrupa a quienes comparten proyectos, experiencias y sueños que necesitan financiamiento”, explica Clauteaux. “Están desde el emprendedor que quiere vender un producto y busca exposición y recursos, pasando por alguien que quiere recaudar fondos para un tratamiento médico u ofrecer desayunos en una escuela, un deportista que necesita patrocinio, un estudiante que quiere seguir formándose o un artista que desea hacer realidad un proyecto.
¿Por qué lanzarla aquí y por qué ahora? “Porque en Venezuela hay muchísimas cosas por hacer y espacios por cubrir, el éxito es prácticamente una cosa hereditaria. Aquí en cambio la escasez de recursos es inversamente proporcional a las capacidades de la gente, y como todo se hace tan complicado, el entorno también se hace más sensible y receptivo. No hay que olvidar que el mapa de Venezuela ahora se agrandó a todo el planeta, que esas personas que se fueron siguen muy conectadas con lo que pasa aquí y están buscando maneras de ayudar”.
Su plan es generar y promover cadenas de valor en un momento en el que el autoempleo es una tendencia mundial y donde todo está conectado. Emprender es una tarea de valientes porque ese proyecto solo avanza si tú lo impulsas y además plantea demandas que afectan muchas áreas de tu vida.
Esta es una forma de inspirar a la gente a atreverse a hacer lo que le gusta, a sentirse menos sola en esa idea, a recibir apoyo para mejorarla y además a percibir ingresos, señala. Todo el mundo puede ser interesante. Lo más pequeño también brilla.
Fuente El Nacional